“Desde que hay democracia se habla de crisis de la democracia”. La frase, dicha para relativizar -hasta donde se puede- la desesperación del público por lo que pasa con Cataluña, es de Josep Lluís Martí, filósofo del derecho de la Universitat Pompeu Fabra y uno de los grandes expertos mundiales en democracia deliberativa (es decir, democracia de calidad), un pensador reconocido en el ámbito. Se da la coincidencia, además, que Martí hace años que estudia los derechos políticos de los políticos presos (o presos políticos: aquí sí que la orden altera el valor del producto). Y precisamente en medio debate Antoni Bassas, que hacía de presentador, anunció que Carles Puigdemont acababa de nombrar a Jordi Sànchez como candidato a presidente de JxCat.
“La realidad siempre supera la ficción: en los escenarios de estudio nunca habíamos imaginado un caso así, siempre pensábamos en diputados tomados, no en candidatos a la presidencia que, además, están en prisión condicional”, explicó Martí, según el cual “la legislación del derecho de sufragio pasivo en España es inconstitucional”.
¿Qué fue de la democracia participativa original?
En todo caso, para el filósofo, “incluso si uno está condenado, tiene o tendría que tener sus derechos básicos garantizados, como ir al hospital en caso de que la salud lo exija o ejercer sus derechos políticos”. “Sànchez tendría que poder ir a la investidura y tendría que poder ejercer de presidente, tanto para garantizar sus derechos como los de los electores. Dicho esto, me parece que será muy difícil”, añadió.
Tener una democracia de calidad es, en efecto, difícil. “Sólo el 48% de los países del mundo son mínimamente democráticos”. España está bajando en los rankings de calidad. Según Martí, para tener una buena democracia no hay bastante, ni mucho menos, con el voto ciudadano ni con la negociación entre partidos. También hace falta que se produzca una auténtica deliberación: es decir, un intercambio de razones y palabras en las instituciones,en los medios de comunicación, en las redes sociales, en la escuela, a los hogares… y en el Parlamento, está claro.
“El populismo, como el de Trump, es exactamente el contrario de la democracia deliberativa: invoca el pueblo pero no lo escucha nunca, sólo fomenta las bajas pasiones”. Y cómo se arregla, esto? No hay fórmulas mágicas: “La democracia nadie te la regala, la tienes que exigir y te la tienes que ganar”.