Desde que el hombre es hombre, y mucho antes incluso de que nacieron las primeras ciudades-estado, las migraciones ya eran una constante en nuestra especie. El ser humano, como cualquier otro animal, siempre busca el lugar más acogedor donde vivir. Hasta la creación de la agricultura y el sedentarismo, nuestra especie vagaba en pequeños grupos por el planeta, siguiendo a los animales que cazaban. Sin embargo, cuando se plantearon mantener su hogar en un mismo sitio de forma indefinida, todo cambió. Se crearon las primeras tribus sedentarias, y con ellas, las primeras ciudades y sociedades. Pero muchas otras tribus seguían siendo nómadas e iban de aquí para allá buscando recursos, parándose en el lugar donde mejor les fuera. Miles de años más tarde, las cosas no han cambiado demasiado, a pesar de los empeños de los burócratas por crear cada vez más fronteras. Los estados ahora tratan de salir adelante y se cuidan de recibir demasiados inmigrantes, para no quebrar el fino equilibrio económico y social.
Sin embargo, los flujos migratorios, especialmente de sur a norte, no han hecho más que crecer en estas últimas décadas. La mal llamada globalización solo ha extendido aun más la brecha entre países ricos y países pobres. Los habitantes de estos últimos sueñan con llegar a la tierra prometida de los primeros, pero no todo es de color de rosa. Incluso los países más poderosos, los que mejor se desempeñan tanto social como económicamente, tienen sus propios problemas. El expolio al que han sido sometidos muchos países de África, Asia o Sudamérica a lo largo de los siglos ha hecho que estos partan de una posición injusta. Es imposible alcanzar a los países ricos, por más que se desarrollen. Por eso, la inmigración se sigue dando desde estos países menos poderosos a los más ricos. La situación puede ser legal o ilegal, dependiendo de las leyes de los países. Pero lo que está claro es que esa idea preconcebida de que el primer mundo es “el paraíso” se acaba en cuanto pisan Europa o América del Norte. La sociedad sigue siendo racista y xenófoba, y no pocos inmigrantes tienen miedo al ir por las calles, por ser acosados. Si eres mujer y además prostituta, eso se hace aún más patente.
Flujos migratorios
Solo hay que coger el ejemplo de países como Francia, España o Estados Unidos. Todos ellos son naciones relativamente ricas, que reciben cada año a millones de personas, algunas de paso, otras para quedarse durante un tiempo indefinido. Los flujos migratorios suelen de ir de sur a norte, ya que por norma general, la parte meridional es la que cuenta con países más lastrados. Desde África llegan a Europa a través de Italia o España, y tratan de emplearse en lo que buenamente pueden. Muchos hombres comienzan a vender de forma ambulante, mercancía robada o falsificada. Otros prefieren empezar desde lo más bajo, como albañiles o recogiendo frutas, trabajos que los locales no desean.
Para las mujeres es distinto. Ellas vienen sobre todo desde Latinoamérica a esos países ricos, para poder emplearse como limpiadoras, cuidadores, etc… Es un cliché que ya prácticamente se da por hecho a ambos lados del océano, y es que la mucama siempre va a ser latina. Hay mujeres que logran llegar ya con títulos importantes a estos países, abriéndose paso a través de entrevistas de trabajo y empleos algo más lustrosos. Otras, sin embargo, lo tienen más complicado y terminan cayendo en la prostitución, la única salida que encuentran para sobrevivir. En países como España, el número de prostitutas extranjeras sobrepasa de forma amplia al de prostitutas locales. Lo mismo ocurre en Francia, Italia o Estados Unidos, incluso en esas naciones donde la prostitución está prohibida.
La prostitución como salida
Estas mujeres llegan normalmente a los países que las acogen sin una preparación clara. Son personas que no han disfrutado de una educación superior, y que normalmente se han dedicado al cuidado de sus casas, o de otras personas. Suelen ser madres de familia a edades tempranas, abocadas a trabajos mal remunerados y poco vistosos. Cuando emigran para encontrar algo mejor en otros países, lo hacen también sabiendo que van a tener que emplearse desde lo más bajo. Y si consiguen trabajo durante sus primeros meses, pueden estar orgullosas. Suelen concentrarse en aquellos servicios que los locales no quieren dar por estar mal pagados o ser trabajos muy duros o con muchas horas. Otras, sin embargo, acaban convencidas de que su única salida es la prostitución, y terminan dedicándose a esto.
Es una solución que vista desde la sociedad puede parecer una locura, algo que las denigra, pero que si es su propia decisión, puede permitirles un ritmo de vida impensable en sus países. Si las chicas deciden trabajar por su cuenta o en locales donde se las paga y se las trata bien, el dinero que conseguirán les permitirá tener al menos una vida digna en el país que las acoge. De cara a mandar también dinero a casa, o traer a su familia a ese mismo país para ofrecerles una oportunidad mucho mejor de la que tuvieron. La prostitución es una salida más que patente para muchas de estas mujeres inmigrantes, que no han conseguido entrar en el mercado laboral del país que las acoge. El racismo y la desconfianza son claves para que estas mujeres tengan que acudir al sexo de pago como clavo ardiendo para sobrevivir.
Trata y esclavitud, ¿problemas extendidos?
Y de hecho, algunas lo hacen por obligación, traídas desde otros países por mafias que las esclavizan a través del sexo. La trata existe y es una tontería mirar para otro lado, como se hace con el resto de la prostitución. Es un problema real que se debe perseguir y atajar, pero no convertir a las víctimas en verdugos. Las chicas no tienen nada que ver con los tejemanejes de sus chulos, y los proxenetas deberían ser los únicos inculpados en estos casos. Hay países, sin embargo, que persiguen todo tipo de prostitución, imponiendo también castigos y multas para esas chicas que lo único que están haciendo es intentar sobrevivir. El problema de la esclavitud sexual está muy extendido por todo el mundo, pero no todas las escorts son esclavas, ni mucho menos.
Las campañas contra la prostitución siempre toman ese camino maniqueo y dudoso de afirmar que ninguna prostituta lo es de forma voluntaria. Sin embargo, los datos apuntan a otra realidad, en la que la esclavitud solo se da en menos de un 30% de los casos. Eso no la hace ni menos grave ni menos punible, pero no se debe expandir esa necesidad de acabar con la trata a terminar con la prostitución. Para muchas mujeres inmigrantes, ese sueldo que entra gracias a sus servicios sexuales es su mayor bendición para poder sobrevivir, tanto ella como su familia. Al ser liberadas de sus chulos, muchas de estas chicas, extranjeras y sin papeles, se sienten perdidas y terminan volviendo a la prostitución, esta vez por su cuenta. El problema de raíz, la propia desigualdad que las hace caer en este tipo de trabajo, sigue sin estar abierto a debate, por desgracia.